Tere Iriarte Zudaire

Información relacionada con Tere Iriarte Zudaire y su madre Basilia Zudaire Vidan

Basilia estaba casada con Manuel Bengoetxea Iriarte y tenían a su hija Tere, que en aquella época era apenas una niña, pero que recuerda muy bien todo lo que tuvieron que vivir, según su testimonio que tal cual contamos en las siguientes líneas:

«Unos meses antes de empezar la Guerra Civil, mis padres, Basilia Zudaire y Manuel Iriarte, decidieron trasladarse a vivir a Pasaia, localidad donde tenían previsto abrir una ferretería. Cuando ya tenían todo preparado para ello, mi madre se vino a Altsasu para realizar el resto de la mudanza, dejándome a mí en Pasaia al cuidado de unos amigos.

Al estallar la contienda, mi padre, como muchos otros vecinos, se fue a luchar, mientras su hermano más pequeño, José Iriarte Bengoetxea, se quedó para ayudarle a mi madre a ultimar la mudanza.

El 11 de agosto de 1936, mi tío José se encontraba en Sorozarreta con mis abuelos maternos, ayudándoles a plegar unos colchones. Por la tarde, decidió bajar a Altsasu para dar una vuelta junto a su amigo Félix Muruzabal. Iban paseando para encontrarse con unas chicas, cuando les sorprendió un camión de falangistas.

Según parece, tanto mi tío como su amigo se negaron a contestar al saludo fascista que les hicieron desde el camión, por lo que fueron golpeados y detenidos(no se sabe si levantaron el puño como respuesta o cantaron alguna canción de los republicanos).

Al anochecer de ese mismo día, hacia las once, mi tío José,:Iriarte Bengoetxea, Jose su amigo Félix y un militante de la CNT llamado Miguel Goikoetxea fueron sacados de la cárcel de Altsasu, ubicada en el edificio de Gure etxea y trasladados hasta Etxarri Aranatz. En esta localidad y, más en concreto, en el robledal de Aritzalko, fueron golpeados y asesinados. Permanecieron sin enterrar durante tres días. Ese mismo día, 11 de agosto, mi padre cumplía años.

A la mañana siguiente, mi tía Margarita se dirigió a la cárcel para llevarle algo y allí le contestaron con sorna, que no estaba pues le habían llevado a dar un paseo, lo que llevó a pensar a la familia que le habrían matado.

Mi abuelo paterno, Juan José Iriarte, salió de casa desesperado y al pasar un camión de falangistas corrió detrás increpándoles la muerte de su hijo. Si bien le debieron apuntar con los fusiles, no le dispararon.

Mientras esto ocurría en Altsasu, en Pasaia decidieron evacuar a la población y la familia a la que mis padres dejaron mi cuidado se trasladó a Ugao-Miraballes, llevándome a mí con ellos. Mi madre, junto a su hermana Nicanora Zudaire, consiguió llegar a Bilbo, pasando mil penurias, y allí comenzaron a trabajar en un centro dedicado al bacalao. Por fin mi madre consiguió un salvoconducto para ir a buscarme y llegó justo a tiempo, pues todo estaba preparado para llevarme en el barco que trasladó a muchos niños vascos a Londres.

Recuerdo que nos recogieron en una especie de bajera junto con otras muchas personas. No sé muy bien cómo, mi madre escribió en una especie de periódico un mensaje en clave destinado a mi padre. Este se hallaba en Lekeitio, escondido bajo una barca, cuando leyó el mensaje y se dio cuenta que era para él. Manuel, mi padre, acudió entonces como pudo hasta el refugio y fui yo misma quien le abrió la puerta diciéndole: “Aita, ha venido la ama”. Él ni siquiera me reconoció, pues mucho era lo que yo había cambiado.

De aquella bajera, que era tremenda de grande, nos repartieron hacia diversos lugares y a mí y a mi madre nos condujeron a Mioño, un pueblo muy pequeño perteneciente a Castro Urdiales. En aquel pueblico nos acogieron en un caserío. Por las noches y cuando sonaban las sirenas, corríamos a refugiarnos en un túnel con una boca muy grande, cercano al caserío. En cuanto sonaban las sirenas me tiraba de la cama y le agarraba a mi madre aterrada.

En el túnel de Miaño caí enferma de sarampión, escarlatina y descomposición. Mi madre consiguió, ni sé cómo, llevarme hasta una especie de hospital y un médico le dio un jarabe. Estuve muy mal y aunque sobreviví, se me cayó el pelo y no pude andar durante bastante tiempo. Los dueños de un caserío cercano, muy mayores, me solían guardar, como podían, un huevo para ver si cogía fuerza. Se portaron muy bien con nosotras.

Para comer solíamos acercarnos hasta un retén de soldados, que nos repartían lo que tenían, sobre todo lentejas en un puchero. Uno de los días por la tarde íbamos por el monte andando y aparecieron los aviones ametrallando. Como no podíamos llegar al túnel, mi madre me tiró al suelo cubriéndome con su cuerpo. Yo aterrada, gritaba “Santa María, Virgen María”, aunque todavía no sabía rezar.

Otra vez que nos sorprendieron los aviones, corrimos todo el mundo al refugio y cuando ya estábamos dentro, una madre se dio cuenta que había dejado a su hijo en un hierbín durmiendo y quería salir como loca a recogerlo. Una de las personas que estaba en el túnel se aventuró a salir corriendo y consiguió coger en brazos a la criatura. Cuando pudimos salir del refugio, el hierbín entero estaba levantado por la metralla, a excepción del trozo donde había estado tendido el niño.

Cuando por fin pudimos venir a Altsasu, era tal la debilidad que yo tenía, que una persona del pueblo, conocida como José Haundi, me debió de coger a chancarros y me subió a Sorozarreta, a casa de mis abuelos maternos. Mi abuela Benita emocionada me llevó por los caseríos presentándome y diciendo: “Aquí os enseño a mi difunta nieta que aún vive”. Me costó mucho reponerme y para llevarme a la escuela me raparon el pelo, pues se me caía y estaba muy debilucho. En la escuela todo el mundo se reía de mí, llamándome en el recreo “mari chico”.

Hasta muy mayor, cuando oía algún avión me metía despavorida en casa de mis abuelos, y por mucho que me dijesen que no era de guerra, no salía de casa hasta el día siguiente y me ponía enferma de diarrea.

Al caer el frente de Bilbo, mi padre fue apresado y llevado a la cárcel de Santoña. Cuando le concedieron la libertad vino a Sorozarreta y mi abuela le preparó un baño y quemó su ropa pues, cosida de piojos, se movía sola en el suelo”.

Tere recordaba que en su casa no se podía hablar de estos temas delante de su padre; él sufrió mucho y tenía mal el corazón. Lo que más le marcó para siempre fue el asesinato de su querido hermano pequeño».

Sirva como ejemplo el testimonio de Tere, para recordar cómo fue vivir aquellas situaciones tan duras y difíciles, que tuvieron que soportar tantas mujeres y sus familias.

Ver :Relacion Mujeres

Su padre Manuel Iriarte Bengoetxea

Su madreBasilia Zudaire Vidan

DOCUMENTO REDACTADO POR  MARI TERE IRIARTE ZUDAIRE

Unos meses antes de empezar la Guerra Civil, mis padres, Basilia Zudaire y Manuel Iriarte, decidieron trasladarse a vivir a Pasaia, localidad donde tenían previsto abrir una ferretería. Cuando ya tenían todo preparado para ello, mi madre se vino a Altsasu para realizar el resto de la mudanza, dejándome a mí en Pasaia al cuidado de unos amigos.

Al estallar la contienda, mi padre, como muchos otros vecinos se fue a luchar, mientras su hermano más pequeño, José Iriarte Bengoetxea se quedó para ayudarle a mi madre a ultimar la mudanza.

El once de agosto, de 1936, mi tío José se encontraba en Sorozarreta con mis abuelos maternos ayudándoles a plegar unos colchones. Por la tarde, decidió bajar a Altsasu para dar una vuelta junto a su amigo Félix Muruzabal. Iban paseando para encontrarse con unas chicas, cuando les sorprendió un camión de falangistas.

Según parece, tanto mi tío como su amigo, se negaron a contestar al saludo fascista que les hicieron desde el camión, por lo que fueron golpeados y detenidos.(No se sabe si levantaron el puño como respuesta o cantaron alguna canción de los republicanos)

Al anochecer de ese mismo día, hacía las once, mi tío José, su amigo Félix y un militante de la CNT, llamado Miguel Goikoexea, fueron sacados de la cárcel de Altsasu, ubicada en el edificio de “Gure etxea”, y trasladados hasta Etxarri Aranatz. En esta localidad, y más en concreto, en el robledal de” Aritzalko “fueron golpeados y asesinados. Permanecieron sin enterrar durante tres días.

Ese mismo día, once de agosto, mi padre cumplía años.

A la mañana siguiente, mi tía Margarita se dirigió a la cárcel para llevarle algo, y allí le contestaron con sorna, qué no estaba pues le habían llevado a dar un paseo, lo que llevo a pensar a la familia que le habrían matado.

Mi abuelo paterno, Juan José Iriarte, salió de casa desesperado y al pasar un camión de falangistas corrió detrás increpándoles la muerte de su hijo. Si bien, le debieron de apuntar con los fusiles, no le dispararon.

Mientras esto ocurría en Altsasu, en Pasaia decidieron evacuar a la población y la familia, a la que mis padres dejaron mi cuidado, se trasladó a Ugao (Miravalles) llevándome a mí con ellos.

Mi madre junto a su hermana, Nicanora Zudaire, consiguió llegar a Bilbo, pasando mil penurias y allí comenzaron a trabajar en un centro dedicado al bacalao. Por fin, mi madre consiguió un salvoconducto para ir a buscarme, y llego justo a tiempo, pues todo estaba preparado para llevarme en el barco que trasladó a muchos niños vascos a Londres.

Recuerdo que nos recogieron en una especie de bajera junto con otras muchas personas.

No sé muy bien cómo, mi madre escribió en una especie de periódico un mensaje en clave destinado a mi padre. Éste se hallaba en Lekeitio, escondido bajo una barca, cuando leyó el mensaje, y se dio cuenta que era para él. Manuel, mi padre, acudió entonces, como pudo, hasta el refugio y fui yo misma quien le abrió la puerta, diciéndole;” aita ha venido la ama”. Él ni siquiera me reconoció, pues tanto era lo que yo había cambiado.

De aquella bajera, que era tremenda de grande, nos repartieron hacía diversos lugares, y a mí y mi madre nos condujeron a Mioño, un pueblo muy pequeño perteneciente a Castro Urdiales. En aquel pueblico nos acogieron en un caserío. Por las noches y cuando sonaban las sirenas, corríamos a refugiarnos en un túnel con una boca muy grande, cercano al caserío. En cuanto sonaban las sirenas me tiraba de la cama y le agarraba a mi madre aterrada.

En el túnel de Mioño caí enferma de sarampión, escarlatina y descomposición. Mi madre consiguió, ni sé cómo, llevarme hasta una especie de hospital y un médico le dio un jarabe. Estuve muy mal y aunque sobreviví, se me cayó el pelo y no pude andar durante bastante tiempo. Los dueños de un caserío cercano, muy mayores, me solían guardar, cuando podían, un huevo para ver si cogía fuerza. Se portaron muy bien con nosotras.

Para comer, solíamos acercarnos hasta un retén de soldados, que nos repartían lo que tenían, sobre todo lentejas en un puchero. Uno de los días, por la tarde íbamos por el monte andando y aparecieron los aviones ametrallando. Como no podíamos llegar al túnel, mi madre me tiró al suelo cubriéndome con su cuerpo. Yo, aterrada, gritaba “Santa María, Virgen María”, aunque todavía no sabía rezar.

Otra vez que nos sorprendieron los aviones, corrimos todo el mundo al refugio y cuando ya estábamos dentro, una madre se dio cuenta que había dejado a su hijo en un hierbin durmiendo y quería salir como loca a recogerlo. Una de las personas que estaba en el túnel se aventuró a salir corriendo, y consiguió coger en brazos a la criatura. Cuando pudimos salir del refugio, el hierbin entero estaba levantado por la metralla, a excepción del trozo donde había estado tendido el niño.

Cuando por fin pudimos venir a Altsasu, era tal la debilidad que yo tenía, que una persona del pueblo, conocida como “José haundi”, me debió coger a chancarros y me subió a Sorozarreta, a casa de mis abuelos maternos.

Mi abuela Benita, emocionada me llevo por los caseríos presentándome y diciendo; “aquí os enseño a mi difunta nieta que aún vive”.

Me costó mucho reponerme y para llevarme a la escuela me raparon el pelo, pues se me caía y estaba muy debilucho. En la escuela todo el mundo se reía de mí, llamándome en el recreo “mari chico”.

Hasta bien mayor, cuando oía algún avión me metía despavorida en casa de mis  abuelos, y por mucho que me dijesen qué no era de guerra, no salía de casa hasta el día siguiente y me ponía enferma con diarrea.

Al caer el frente de Bilbo, mi padre fue apresado y llevado a la cárcel de Santoña. Cuando le concedieron la libertad vino a Sorozarreta, y mi abuela le preparó un baño y quemó su ropa, pues cosida de piojos se movía sola en el suelo.

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