Es momento de hablar acerca de la represión ejercida sobre las mujeres, persecución, humillación y abusos desde el poder impuesto por los fascistas. Con una Falange que imponía todos sus principios, la mujer estaba totalmente relegada a un plano de sumisión. Se desconoce lo que sucedió realmente, cuántos abusos y violencia sobre las mujeres existieron en una población donde el silencio y el miedo eran la tónica dominante.
Las amenazas comenzaron cuando exigieron a todas las familias que bautizaran a los numerosos niños/as que no lo estaban. A las mujeres que no lo hicieran les cortarían el pelo. Por otro lado, los falangistas dejaron clara la obligación de ir a misa todos los días festivos y se ensañaron con las chicas y mujeres que anteriormente no acudían.
Lo mismo ocurrió con esposas, hermanas, hijas o novias de combatientes. Los fascistas llevaron a cabo ya entonces prácticas que se verían más tarde en la II Guerra Mundial: les cortaban el pelo al cero y con la cabeza rapada, les obligaban a exhibirse y exponerse al público; en algunas ocasiones les obligaban a beber aceite de ricino, que les producía diarrea.
Habitualmente las paseaban el domingo después de misa, en la misma plaza de la localidad, tocando el txistu y tamboril a un ritmo patético. A la mayoría de las personas que pasaban por el lugar les daba pena esta situación y no querían mirar. Por el contrario, el grupo de falangistas disfrutaba del lamentable espectáculo con risas y bromas hacia las desventuradas mujeres.
Era una humillación y vejación hacía ellas por el simple hecho de ser madres, esposas, hermanas, hijas o novias de rojos, en la mayoría de los casos, o por tener claras sus ideas y rebelarse en otros.
Es difícil la obtención de testimonios y enorme el valor de las que contaron lo que les sucedió. Quienes dieron su testimonio nos revelaron el gran sufrimiento y rabia que padecieron al ir a casa llorando, totalmente humilladas. Permanecieron con sus familias encerradas en casa sin poder responder a tal ofensa y tuvieron que esperar a que les creciese el pelo para poder salir a la calle.
2- Represión generalizada a la mujer
Por su condición de mujer, por ser esposas, madres, hermanas o novias de asesinados, combatientes o presos tuvieron que soportar ellas en su propias carnes las represalias y vejaciones a las que les sometieron.
Fueron diferentes las maneras de represión que los fascistas utilizaron contra ellas. Varias de las mujeres del pueblo, jóvenes en su mayoría, tuvieron que soportar los famosos cortes de pelo, y purgas con aceite de ricino, práctica generalizada en todo el territorio.
Fue una manera de menospreciarlas y burlarse de ellas; creían que con ello se sentirían avergonzadas y, posiblemente, en algunos casos fue así, pero en otros eso les supuso un motivo para demostrar su integridad y dignidad. Muchas mujeres sacaron su coraje y su valentía para seguir adelante. Entre las que soportaron esta práctica se hallan:
En dicha relación estan incluidas mujeres que sufrieron directamente la represión como cortes de pelo, cárcel etc., así como familiares que tuvieron que padecer represión y penurias a todos los niveles.
En una ocasión unos falangistas del pueblo intentaron saquear su casa y ella se enfrento diciéndoles: -«¡Iros al frente a luchar contra los hombres si teneis cojones, en vez de robar a las mujeres en retaguardia¡ «-
Dicho comentario le supuso, que un grupo de falangistas volviese de nuevo donde ella y sacandole de casa se la llevaron para cortarle el pelo al cero. Exponiéndole ante la gente para que vieran su estado. Una amplia mayoria le apoyo por la valentía que tuvo de enfrentarse a ellos.
Tras salir al frente su marido Antonio Sanchez Vidondo, ella como tantas mujeres se quedo sola en Altsasu con sus cuatro hijos: Juan, Jose, Antonio y Luciano . El mas pequeño Luciano de pocos meses, decidiendo posteriormente desplazarse al barrio de la Rotxapea a vivir.
El relato de los familiares es impresionante de como les acosaban constantemente, en una ocasión los fascistas entraron en su casa y al observar al niño de cinco meses que estaba en su cuna, arrojan por la ventana la cuna con el niño, el cual afortunadamente se pudo salvar al caer sobre un montón de plantas de maiz recolectadas. Dura vida en Altsasu y marcas irreparables.
Información relacionada con Tere Iriarte Zudaire y su madre Basilia Zudaire Vidan
Basilia estaba casada con Manuel Bengoetxea Iriarte y tenían a su hija Tere, que en aquella época era apenas una niña, pero que recuerda muy bien todo lo que tuvieron que vivir, según su testimonio que tal cual contamos en las siguientes líneas:
«Unos meses antes de empezar la Guerra Civil, mis padres, Basilia Zudaire y Manuel Iriarte, decidieron trasladarse a vivir a Pasaia, localidad donde tenían previsto abrir una ferretería. Cuando ya tenían todo preparado para ello, mi madre se vino a Altsasu para realizar el resto de la mudanza, dejándome a mí en Pasaia al cuidado de unos amigos.
Al estallar la contienda, mi padre, como muchos otros vecinos, se fue a luchar, mientras su hermano más pequeño, José Iriarte Bengoetxea, se quedó para ayudarle a mi madre a ultimar la mudanza.
El 11 de agosto de 1936, mi tío José se encontraba en Sorozarreta con mis abuelos maternos, ayudándoles a plegar unos colchones. Por la tarde, decidió bajar a Altsasu para dar una vuelta junto a su amigo Félix Muruzabal. Iban paseando para encontrarse con unas chicas, cuando les sorprendió un camión de falangistas.
Según parece, tanto mi tío como su amigo se negaron a contestar al saludo fascista que les hicieron desde el camión, por lo que fueron golpeados y detenidos(no se sabe si levantaron el puño como respuesta o cantaron alguna canción de los republicanos).
Al anochecer de ese mismo día, hacia las once, mi tío José,:Iriarte Bengoetxea, Jose su amigo Félix y un militante de la CNT llamado Miguel Goikoetxea fueron sacados de la cárcel de Altsasu, ubicada en el edificio de Gureetxea y trasladados hasta Etxarri Aranatz. En esta localidad y, más en concreto, en el robledal de Aritzalko, fueron golpeados y asesinados. Permanecieron sin enterrar durante tres días. Ese mismo día, 11 de agosto, mi padre cumplía años.
A la mañana siguiente, mi tía Margarita se dirigió a la cárcel para llevarle algo y allí le contestaron con sorna, que no estaba pues le habían llevado a dar un paseo, lo que llevó a pensar a la familia que le habrían matado.
Mi abuelo paterno, Juan José Iriarte, salió de casa desesperado y al pasar un camión de falangistas corrió detrás increpándoles la muerte de su hijo. Si bien le debieron apuntar con los fusiles, no le dispararon.
Mientras esto ocurría en Altsasu, en Pasaia decidieron evacuar a la población y la familia a la que mis padres dejaron mi cuidado se trasladó a Ugao-Miraballes, llevándome a mí con ellos. Mi madre, junto a su hermana Nicanora Zudaire, consiguió llegar a Bilbo, pasando mil penurias, y allí comenzaron a trabajar en un centro dedicado al bacalao. Por fin mi madre consiguió un salvoconducto para ir a buscarme y llegó justo a tiempo, pues todo estaba preparado para llevarme en el barco que trasladó a muchos niños vascos a Londres.
Recuerdo que nos recogieron en una especie de bajera junto con otras muchas personas. No sé muy bien cómo, mi madre escribió en una especie de periódico un mensaje en clave destinado a mi padre. Este se hallaba en Lekeitio, escondido bajo una barca, cuando leyó el mensaje y se dio cuenta que era para él. Manuel, mi padre, acudió entonces como pudo hasta el refugio y fui yo misma quien le abrió la puerta diciéndole: “Aita, ha venido la ama”. Él ni siquiera me reconoció, pues mucho era lo que yo había cambiado.
De aquella bajera, que era tremenda de grande, nos repartieron hacia diversos lugares y a mí y a mi madre nos condujeron a Mioño, un pueblo muy pequeño perteneciente a Castro Urdiales. En aquel pueblico nos acogieron en un caserío. Por las noches y cuando sonaban las sirenas, corríamos a refugiarnos en un túnel con una boca muy grande, cercano al caserío. En cuanto sonaban las sirenas me tiraba de la cama y le agarraba a mi madre aterrada.
En el túnel de Miaño caí enferma de sarampión, escarlatina y descomposición. Mi madre consiguió, ni sé cómo, llevarme hasta una especie de hospital y un médico le dio un jarabe. Estuve muy mal y aunque sobreviví, se me cayó el pelo y no pude andar durante bastante tiempo. Los dueños de un caserío cercano, muy mayores, me solían guardar, como podían, un huevo para ver si cogía fuerza. Se portaron muy bien con nosotras.
Para comer solíamos acercarnos hasta un retén de soldados, que nos repartían lo que tenían, sobre todo lentejas en un puchero. Uno de los días por la tarde íbamos por el monte andando y aparecieron los aviones ametrallando. Como no podíamos llegar al túnel, mi madre me tiró al suelo cubriéndome con su cuerpo. Yo aterrada, gritaba “Santa María, Virgen María”, aunque todavía no sabía rezar.
Otra vez que nos sorprendieron los aviones, corrimos todo el mundo al refugio y cuando ya estábamos dentro, una madre se dio cuenta que había dejado a su hijo en un hierbín durmiendo y quería salir como loca a recogerlo. Una de las personas que estaba en el túnel se aventuró a salir corriendo y consiguió coger en brazos a la criatura. Cuando pudimos salir del refugio, el hierbín entero estaba levantado por la metralla, a excepción del trozo donde había estado tendido el niño.
Cuando por fin pudimos venir a Altsasu, era tal la debilidad que yo tenía, que una persona del pueblo, conocida como José Haundi, me debió de coger a chancarros y me subió a Sorozarreta, a casa de mis abuelos maternos. Mi abuela Benita emocionada me llevó por los caseríos presentándome y diciendo: “Aquí os enseño a mi difunta nieta que aún vive”. Me costó mucho reponerme y para llevarme a la escuela me raparon el pelo, pues se me caía y estaba muy debilucho. En la escuela todo el mundo se reía de mí, llamándome en el recreo “mari chico”.
Hasta muy mayor, cuando oía algún avión me metía despavorida en casa de mis abuelos, y por mucho que me dijesen que no era de guerra, no salía de casa hasta el día siguiente y me ponía enferma de diarrea.
Al caer el frente de Bilbo, mi padre fue apresado y llevado a la cárcel de Santoña. Cuando le concedieron la libertad vino a Sorozarreta y mi abuela le preparó un baño y quemó su ropa pues, cosida de piojos, se movía sola en el suelo”.
Tere recordaba que en su casa no se podía hablar de estos temas delante de su padre; él sufrió mucho y tenía mal el corazón. Lo que más le marcó para siempre fue el asesinato de su querido hermano pequeño».
Sirva como ejemplo el testimonio de Tere, para recordar cómo fue vivir aquellas situaciones tan duras y difíciles, que tuvieron que soportar tantas mujeres y sus familias.
Unos meses antes de empezar la Guerra Civil, mis padres, Basilia Zudaire y Manuel Iriarte, decidieron trasladarse a vivir a Pasaia, localidad donde tenían previsto abrir una ferretería. Cuando ya tenían todo preparado para ello, mi madre se vino a Altsasu para realizar el resto de la mudanza, dejándome a mí en Pasaia al cuidado de unos amigos.
Al estallar la contienda, mi padre, como muchos otros vecinos se fue a luchar, mientras su hermano más pequeño, José Iriarte Bengoetxea se quedó para ayudarle a mi madre a ultimar la mudanza.
El once de agosto, de 1936, mi tío José se encontraba en Sorozarreta con mis abuelos maternos ayudándoles a plegar unos colchones. Por la tarde, decidió bajar a Altsasu para dar una vuelta junto a su amigo Félix Muruzabal. Iban paseando para encontrarse con unas chicas, cuando les sorprendió un camión de falangistas.
Según parece, tanto mi tío como su amigo, se negaron a contestar al saludo fascista que les hicieron desde el camión, por lo que fueron golpeados y detenidos.(No se sabe si levantaron el puño como respuesta o cantaron alguna canción de los republicanos)
Al anochecer de ese mismo día, hacía las once, mi tío José,Iriarte Bengoetxea, Jose su amigo Félix y un militante de la CNT, llamado Miguel Goikoexea, fueron sacados de la cárcel de Altsasu, ubicada en el edificio de “Gure etxea”, y trasladados hasta Etxarri Aranatz. En esta localidad, y más en concreto, en el robledal de” Aritzalko “fueron golpeados y asesinados. Permanecieron sin enterrar durante tres días.
Ese mismo día, once de agosto, mi padre cumplía años.
A la mañana siguiente, mi tía Margarita se dirigió a la cárcel para llevarle algo, y allí le contestaron con sorna, qué no estaba pues le habían llevado a dar un paseo, lo que llevo a pensar a la familia que le habrían matado.
Mi abuelo paterno, Juan José Iriarte, salió de casa desesperado y al pasar un camión de falangistas corrió detrás increpándoles la muerte de su hijo. Si bien, le debieron de apuntar con los fusiles, no le dispararon.
Mientras esto ocurría en Altsasu, en Pasaia decidieron evacuar a la población y la familia, a la que mis padres dejaron mi cuidado, se trasladó a Ugao (Miravalles) llevándome a mí con ellos.
Mi madre junto a su hermana, Nicanora Zudaire, consiguió llegar a Bilbo, pasando mil penurias y allí comenzaron a trabajar en un centro dedicado al bacalao. Por fin, mi madre consiguió un salvoconducto para ir a buscarme, y llego justo a tiempo, pues todo estaba preparado para llevarme en el barco que trasladó a muchos niños vascos a Londres.
Recuerdo que nos recogieron en una especie de bajera junto con otras muchas personas.
No sé muy bien cómo, mi madre escribió en una especie de periódico un mensaje en clave destinado a mi padre. Éste se hallaba en Lekeitio, escondido bajo una barca, cuando leyó el mensaje, y se dio cuenta que era para él. Manuel, mi padre, acudió entonces, como pudo, hasta el refugio y fui yo misma quien le abrió la puerta, diciéndole;” aita ha venido la ama”. Él ni siquiera me reconoció, pues tanto era lo que yo había cambiado.
De aquella bajera, que era tremenda de grande, nos repartieron hacía diversos lugares, y a mí y mi madre nos condujeron a Mioño, un pueblo muy pequeño perteneciente a Castro Urdiales. En aquel pueblico nos acogieron en un caserío. Por las noches y cuando sonaban las sirenas, corríamos a refugiarnos en un túnel con una boca muy grande, cercano al caserío. En cuanto sonaban las sirenas me tiraba de la cama y le agarraba a mi madre aterrada.
En el túnel de Mioño caí enferma de sarampión, escarlatina y descomposición. Mi madre consiguió, ni sé cómo, llevarme hasta una especie de hospital y un médico le dio un jarabe. Estuve muy mal y aunque sobreviví, se me cayó el pelo y no pude andar durante bastante tiempo. Los dueños de un caserío cercano, muy mayores, me solían guardar, cuando podían, un huevo para ver si cogía fuerza. Se portaron muy bien con nosotras.
Para comer, solíamos acercarnos hasta un retén de soldados, que nos repartían lo que tenían, sobre todo lentejas en un puchero. Uno de los días, por la tarde íbamos por el monte andando y aparecieron los aviones ametrallando. Como no podíamos llegar al túnel, mi madre me tiró al suelo cubriéndome con su cuerpo. Yo, aterrada, gritaba “Santa María, Virgen María”, aunque todavía no sabía rezar.
Otra vez que nos sorprendieron los aviones, corrimos todo el mundo al refugio y cuando ya estábamos dentro, una madre se dio cuenta que había dejado a su hijo en un hierbin durmiendo y quería salir como loca a recogerlo. Una de las personas que estaba en el túnel se aventuró a salir corriendo, y consiguió coger en brazos a la criatura. Cuando pudimos salir del refugio, el hierbin entero estaba levantado por la metralla, a excepción del trozo donde había estado tendido el niño.
Cuando por fin pudimos venir a Altsasu, era tal la debilidad que yo tenía, que una persona del pueblo, conocida como “José haundi”, me debió coger a chancarros y me subió a Sorozarreta, a casa de mis abuelos maternos.
Mi abuela Benita, emocionada me llevo por los caseríos presentándome y diciendo; “aquí os enseño a mi difunta nieta que aún vive”.
Me costó mucho reponerme y para llevarme a la escuela me raparon el pelo, pues se me caía y estaba muy debilucho. En la escuela todo el mundo se reía de mí, llamándome en el recreo “mari chico”.
Hasta bien mayor, cuando oía algún avión me metía despavorida en casa de mis abuelos, y por mucho que me dijesen qué no era de guerra, no salía de casa hasta el día siguiente y me ponía enferma con diarrea.
Al caer el frente de Bilbo, mi padre fue apresado y llevado a la cárcel de Santoña. Cuando le concedieron la libertad vino a Sorozarreta, y mi abuela le preparó un baño y quemó su ropa, pues cosida de piojos se movía sola en el suelo.
Alejandrina : Casada con Jacinto Mendia Galartza (Kontxi- Juan Luis y Juana Mari)
Alejandrina y Kontxi :
Kontxi: Natural de Altsasu, hija de Jacinto Mendia Galarza y Alejandrina Elorza.
El testimonio de Kontxi, a pesar de que ella tan solo tenía 5 meses cuando tuvo que salir de Altsasu su padre tras el golpe militar de 1936, nos revela que la memoria histórica ha sido protegida por todas estas personas que han mantenido viva la historia y el recuerdo de todo lo que se vivió en esos duros y difíciles años.
Su padre Jacinto tuvo que salir de Altsasu como tantos otros y pasar por Ataun a Gipuzkoa. El 7 de abril de 1937 cayó herido en Iurre, fue llevado al hospital de Basurto y le amputaron el brazo. Kontxi y su madre recibieron una carta por mediación de la Cruz Roja Internacional en la que les informaba de su situación pero decía: «Abrazos para ti y Kontxita y que estoy bien…». Más tarde, fueron trasladados en un barco varios heridos a Francia; allí vivió cuatro años como refugiado.
El testimonio de Kontxi es el siguiente:
«Me acuerdo perfectamente cuando mi padre llegó a la frontera. Pasando un puesto, las personas que estábamos esperando enseguida nos percatamos de que era él por la falta de su brazo y las autoridades solo me dejaron pasar a mí. En el puesto internacional de Irún, en un puesto de madera, mi padre que venía con una manta y una vieja maleta; suelta la maleta y me coge en sus brazos.
Un compañero de Jacinto le dice a otros compañeros: ¡Mira, la hija del navarro! me conocieron por la foto que él tenía.
Estando mi padre en Francia, a mi madre le negaron el salvoconducto para ir al hospital de San Sebastián a una consulta, argumentando que quería pasar a Francia donde su marido.
Cuando mi padre tenía que ir semanalmente al cuartel de la Guardia Civil como numerosos altsasuarras, solía ir sin que yo me diera cuenta para no asustarme.
Cuando se producían las tomas militares de poblaciones importantes por parte del ejército golpista, las familias tenían que poner la bandera española, pero mi madre se negó y no la puso, algún vecino le comentó que le podían meter en la cárcel y ella dijo “si me llevan me es igual y a mi hija ya le criarán”.
Yo, al tiempo, decía que para nosotras no había acabado la guerra. En casa, así como en la casa de otros represaliados, las pequeñas éramos un compromiso, es decir, que si comentaban ellos algo, nosotras lo podíamos decir afuera y poder tener problemas.
En la escuela alguna vez nos llevaron al Congreso Eucarístico de Etxarri Aranatz.
A mi padre jamás le atamos un cordón de los zapatos; se organizaba perfectamente ante cualquier cosa a pesar de faltarle el brazo izquierdo»
Resumen sobre : Jacinto Mendia (Marido de Alejandrina)
El dia 19 de julio de 1936 sale de Altsasu junto a varios compañeros. El estaba segando en la zona de «Dermau» cuando le avisaron para salir, diciéndole iban a detener a las personas de Izquierda. La familia estaba inquieta ya que pensaban habían ido hacia la Sierra de Urbasa pero a los dos días les dicen habían pasado por Ataun .
Tras combatir en el frente cae herido el dia 7 de Abril de 1937 en Iurre (Bizkaia) , el junto a otro compañero sufrieron graves heridas. Son recogidos en una furgoneta y trasladados al Hospital de Basurto. Su compañero muere y a él su brazo izquierdo que tenia «colgando» le tienen que amputar. Una carta dirigía a su mujer e hija por mediación de la Cruz Roja Internacional, les da algún dato de su situación pero dice «- Abrazos para ti y Conchita y que estoy bien..»-
Al poco tiempo varios heridos son introducidos en un Barco y trasladados a Francia , en el viaje hasta no entrar en aguas «Francesas» no les dejaron ni fumar ,ni hablar debido a la máxima tensión existente en la zona .
En Francia vive 4 años como refugiado sin poder estar con su familia. La foto de su hija Conchi la tenia siempre a su lado. Le llamaban «El navarro» ya que convivía con Guipuzcoanos y Bizkainos, mejoró su nivel de Euskera ya que fue su lengua durante toda su estancia en territorio Francés. Sobre el año 1941 junto a un grupo de personas se personan andando tapados con unas mantas en la frontera. Su mujer y la hija Kontxi le estuvieron esperando en Irun durante 9 días y en el momento de estar en el mismo puesto fronterizo su hija de tan solo 5 años acude a su encuentro.
Información relacionada con Tere Iriarte Zudaire y su madre Basilia Zudaire Vidan
Basilia estaba casada con Manuel Bengoetxea Iriarte y tenían a su hija Tere, que en aquella época era apenas una niña, pero que recuerda muy bien todo lo que tuvieron que vivir, según su testimonio que tal cual contamos en las siguientes líneas:
«Unos meses antes de empezar la Guerra Civil, mis padres, Basilia Zudaire y Manuel Iriarte, decidieron trasladarse a vivir a Pasaia, localidad donde tenían previsto abrir una ferretería. Cuando ya tenían todo preparado para ello, mi madre se vino a Altsasu para realizar el resto de la mudanza, dejándome a mí en Pasaia al cuidado de unos amigos.
Al estallar la contienda, mi padre, como muchos otros vecinos, se fue a luchar, mientras su hermano más pequeño, José Iriarte Bengoetxea, se quedó para ayudarle a mi madre a ultimar la mudanza.
El 11 de agosto de 1936, mi tío José se encontraba en Sorozarreta con mis abuelos maternos, ayudándoles a plegar unos colchones. Por la tarde, decidió bajar a Altsasu para dar una vuelta junto a su amigo Félix Muruzabal. Iban paseando para encontrarse con unas chicas, cuando les sorprendió un camión de falangistas.
Según parece, tanto mi tío como su amigo se negaron a contestar al saludo fascista que les hicieron desde el camión, por lo que fueron golpeados y detenidos(no se sabe si levantaron el puño como respuesta o cantaron alguna canción de los republicanos).
Al anochecer de ese mismo día, hacia las once, mi tío José,:Iriarte Bengoetxea, Jose su amigo Félix y un militante de la CNT llamado Miguel Goikoetxea fueron sacados de la cárcel de Altsasu, ubicada en el edificio de Gureetxea y trasladados hasta Etxarri Aranatz. En esta localidad y, más en concreto, en el robledal de Aritzalko, fueron golpeados y asesinados. Permanecieron sin enterrar durante tres días. Ese mismo día, 11 de agosto, mi padre cumplía años.
A la mañana siguiente, mi tía Margarita se dirigió a la cárcel para llevarle algo y allí le contestaron con sorna, que no estaba pues le habían llevado a dar un paseo, lo que llevó a pensar a la familia que le habrían matado.
Mi abuelo paterno, Juan José Iriarte, salió de casa desesperado y al pasar un camión de falangistas corrió detrás increpándoles la muerte de su hijo. Si bien le debieron apuntar con los fusiles, no le dispararon.
Mientras esto ocurría en Altsasu, en Pasaia decidieron evacuar a la población y la familia a la que mis padres dejaron mi cuidado se trasladó a Ugao-Miraballes, llevándome a mí con ellos. Mi madre, junto a su hermana Nicanora Zudaire, consiguió llegar a Bilbo, pasando mil penurias, y allí comenzaron a trabajar en un centro dedicado al bacalao. Por fin mi madre consiguió un salvoconducto para ir a buscarme y llegó justo a tiempo, pues todo estaba preparado para llevarme en el barco que trasladó a muchos niños vascos a Londres.
Recuerdo que nos recogieron en una especie de bajera junto con otras muchas personas. No sé muy bien cómo, mi madre escribió en una especie de periódico un mensaje en clave destinado a mi padre. Este se hallaba en Lekeitio, escondido bajo una barca, cuando leyó el mensaje y se dio cuenta que era para él. Manuel, mi padre, acudió entonces como pudo hasta el refugio y fui yo misma quien le abrió la puerta diciéndole: “Aita, ha venido la ama”. Él ni siquiera me reconoció, pues mucho era lo que yo había cambiado.
De aquella bajera, que era tremenda de grande, nos repartieron hacia diversos lugares y a mí y a mi madre nos condujeron a Mioño, un pueblo muy pequeño perteneciente a Castro Urdiales. En aquel pueblico nos acogieron en un caserío. Por las noches y cuando sonaban las sirenas, corríamos a refugiarnos en un túnel con una boca muy grande, cercano al caserío. En cuanto sonaban las sirenas me tiraba de la cama y le agarraba a mi madre aterrada.
En el túnel de Miaño caí enferma de sarampión, escarlatina y descomposición. Mi madre consiguió, ni sé cómo, llevarme hasta una especie de hospital y un médico le dio un jarabe. Estuve muy mal y aunque sobreviví, se me cayó el pelo y no pude andar durante bastante tiempo. Los dueños de un caserío cercano, muy mayores, me solían guardar, como podían, un huevo para ver si cogía fuerza. Se portaron muy bien con nosotras.
Para comer solíamos acercarnos hasta un retén de soldados, que nos repartían lo que tenían, sobre todo lentejas en un puchero. Uno de los días por la tarde íbamos por el monte andando y aparecieron los aviones ametrallando. Como no podíamos llegar al túnel, mi madre me tiró al suelo cubriéndome con su cuerpo. Yo aterrada, gritaba “Santa María, Virgen María”, aunque todavía no sabía rezar.
Otra vez que nos sorprendieron los aviones, corrimos todo el mundo al refugio y cuando ya estábamos dentro, una madre se dio cuenta que había dejado a su hijo en un hierbín durmiendo y quería salir como loca a recogerlo. Una de las personas que estaba en el túnel se aventuró a salir corriendo y consiguió coger en brazos a la criatura. Cuando pudimos salir del refugio, el hierbín entero estaba levantado por la metralla, a excepción del trozo donde había estado tendido el niño.
Cuando por fin pudimos venir a Altsasu, era tal la debilidad que yo tenía, que una persona del pueblo, conocida como José Haundi, me debió de coger a chancarros y me subió a Sorozarreta, a casa de mis abuelos maternos. Mi abuela Benita emocionada me llevó por los caseríos presentándome y diciendo: “Aquí os enseño a mi difunta nieta que aún vive”. Me costó mucho reponerme y para llevarme a la escuela me raparon el pelo, pues se me caía y estaba muy debilucho. En la escuela todo el mundo se reía de mí, llamándome en el recreo “mari chico”.
Hasta muy mayor, cuando oía algún avión me metía despavorida en casa de mis abuelos, y por mucho que me dijesen que no era de guerra, no salía de casa hasta el día siguiente y me ponía enferma de diarrea.
Al caer el frente de Bilbo, mi padre fue apresado y llevado a la cárcel de Santoña. Cuando le concedieron la libertad vino a Sorozarreta y mi abuela le preparó un baño y quemó su ropa pues, cosida de piojos, se movía sola en el suelo”.
Tere recordaba que en su casa no se podía hablar de estos temas delante de su padre; él sufrió mucho y tenía mal el corazón. Lo que más le marcó para siempre fue el asesinato de su querido hermano pequeño».
Sirva como ejemplo el testimonio de Tere, para recordar cómo fue vivir aquellas situaciones tan duras y difíciles, que tuvieron que soportar tantas mujeres y sus familias.
Unos meses antes de empezar la Guerra Civil, mis padres, Basilia Zudaire y Manuel Iriarte, decidieron trasladarse a vivir a Pasaia, localidad donde tenían previsto abrir una ferretería. Cuando ya tenían todo preparado para ello, mi madre se vino a Altsasu para realizar el resto de la mudanza, dejándome a mí en Pasaia al cuidado de unos amigos.
Al estallar la contienda, mi padre, como muchos otros vecinos se fue a luchar, mientras su hermano más pequeño, José Iriarte Bengoetxea se quedó para ayudarle a mi madre a ultimar la mudanza.
El once de agosto, de 1936, mi tío José se encontraba en Sorozarreta con mis abuelos maternos ayudándoles a plegar unos colchones. Por la tarde, decidió bajar a Altsasu para dar una vuelta junto a su amigo Félix Muruzabal. Iban paseando para encontrarse con unas chicas, cuando les sorprendió un camión de falangistas.
Según parece, tanto mi tío como su amigo, se negaron a contestar al saludo fascista que les hicieron desde el camión, por lo que fueron golpeados y detenidos.(No se sabe si levantaron el puño como respuesta o cantaron alguna canción de los republicanos)
Al anochecer de ese mismo día, hacía las once, mi tío José, su amigo Félix y un militante de la CNT, llamado Miguel Goikoexea, fueron sacados de la cárcel de Altsasu, ubicada en el edificio de “Gure etxea”, y trasladados hasta Etxarri Aranatz. En esta localidad, y más en concreto, en el robledal de” Aritzalko “fueron golpeados y asesinados. Permanecieron sin enterrar durante tres días.
Ese mismo día, once de agosto, mi padre cumplía años.
A la mañana siguiente, mi tía Margarita se dirigió a la cárcel para llevarle algo, y allí le contestaron con sorna, qué no estaba pues le habían llevado a dar un paseo, lo que llevo a pensar a la familia que le habrían matado.
Mi abuelo paterno, Juan José Iriarte, salió de casa desesperado y al pasar un camión de falangistas corrió detrás increpándoles la muerte de su hijo. Si bien, le debieron de apuntar con los fusiles, no le dispararon.
Mientras esto ocurría en Altsasu, en Pasaia decidieron evacuar a la población y la familia, a la que mis padres dejaron mi cuidado, se trasladó a Ugao (Miravalles) llevándome a mí con ellos.
Mi madre junto a su hermana, Nicanora Zudaire, consiguió llegar a Bilbo, pasando mil penurias y allí comenzaron a trabajar en un centro dedicado al bacalao. Por fin, mi madre consiguió un salvoconducto para ir a buscarme, y llego justo a tiempo, pues todo estaba preparado para llevarme en el barco que trasladó a muchos niños vascos a Londres.
Recuerdo que nos recogieron en una especie de bajera junto con otras muchas personas.
No sé muy bien cómo, mi madre escribió en una especie de periódico un mensaje en clave destinado a mi padre. Éste se hallaba en Lekeitio, escondido bajo una barca, cuando leyó el mensaje, y se dio cuenta que era para él. Manuel, mi padre, acudió entonces, como pudo, hasta el refugio y fui yo misma quien le abrió la puerta, diciéndole;” aita ha venido la ama”. Él ni siquiera me reconoció, pues tanto era lo que yo había cambiado.
De aquella bajera, que era tremenda de grande, nos repartieron hacía diversos lugares, y a mí y mi madre nos condujeron a Mioño, un pueblo muy pequeño perteneciente a Castro Urdiales. En aquel pueblico nos acogieron en un caserío. Por las noches y cuando sonaban las sirenas, corríamos a refugiarnos en un túnel con una boca muy grande, cercano al caserío. En cuanto sonaban las sirenas me tiraba de la cama y le agarraba a mi madre aterrada.
En el túnel de Mioño caí enferma de sarampión, escarlatina y descomposición. Mi madre consiguió, ni sé cómo, llevarme hasta una especie de hospital y un médico le dio un jarabe. Estuve muy mal y aunque sobreviví, se me cayó el pelo y no pude andar durante bastante tiempo. Los dueños de un caserío cercano, muy mayores, me solían guardar, cuando podían, un huevo para ver si cogía fuerza. Se portaron muy bien con nosotras.
Para comer, solíamos acercarnos hasta un retén de soldados, que nos repartían lo que tenían, sobre todo lentejas en un puchero. Uno de los días, por la tarde íbamos por el monte andando y aparecieron los aviones ametrallando. Como no podíamos llegar al túnel, mi madre me tiró al suelo cubriéndome con su cuerpo. Yo, aterrada, gritaba “Santa María, Virgen María”, aunque todavía no sabía rezar.
Otra vez que nos sorprendieron los aviones, corrimos todo el mundo al refugio y cuando ya estábamos dentro, una madre se dio cuenta que había dejado a su hijo en un hierbin durmiendo y quería salir como loca a recogerlo. Una de las personas que estaba en el túnel se aventuró a salir corriendo, y consiguió coger en brazos a la criatura. Cuando pudimos salir del refugio, el hierbin entero estaba levantado por la metralla, a excepción del trozo donde había estado tendido el niño.
Cuando por fin pudimos venir a Altsasu, era tal la debilidad que yo tenía, que una persona del pueblo, conocida como “José haundi”, me debió coger a chancarros y me subió a Sorozarreta, a casa de mis abuelos maternos.
Mi abuela Benita, emocionada me llevo por los caseríos presentándome y diciendo; “aquí os enseño a mi difunta nieta que aún vive”.
Me costó mucho reponerme y para llevarme a la escuela me raparon el pelo, pues se me caía y estaba muy debilucho. En la escuela todo el mundo se reía de mí, llamándome en el recreo “mari chico”.
Hasta bien mayor, cuando oía algún avión me metía despavorida en casa de mis abuelos, y por mucho que me dijesen qué no era de guerra, no salía de casa hasta el día siguiente y me ponía enferma con diarrea.
Al caer el frente de Bilbo, mi padre fue apresado y llevado a la cárcel de Santoña. Cuando le concedieron la libertad vino a Sorozarreta, y mi abuela le preparó un baño y quemó su ropa, pues cosida de piojos se movía sola en el suelo.
Su Padre Jacinto Mendia Galartza cuando ella tenia tan solo cinco meses, tiene que salir de Altsasu tras el Golpe Militar de 1936. A partir de dicho momento surgen numerosos acontecimientos.
Alejandrina y Kontxi :
Kontxi: Natural de Altsasu, hija de Jacinto Mendia Galarza y Alejandrina Elorza.
El testimonio de Kontxi, a pesar de que ella tan solo tenía 5 meses cuando tuvo que salir de Altsasu su padre tras el golpe militar de 1936, nos revela que la memoria histórica ha sido protegida por todas estas personas que han mantenido viva la historia y el recuerdo de todo lo que se vivió en esos duros y difíciles años.
Su padre Jacinto tuvo que salir de Altsasu como tantos otros y pasar por Ataun a Gipuzkoa. El 7 de abril de 1937 cayó herido en Iurre, fue llevado al hospital de Basurto y le amputaron el brazo. Kontxi y su madre recibieron una carta por mediación de la Cruz Roja Internacional en la que les informaba de su situación pero decía: «Abrazos para ti y Kontxita y que estoy bien…». Más tarde, fueron trasladados en un barco varios heridos a Francia; allí vivió cuatro años como refugiado.
El testimonio de Kontxi es el siguiente:
«Me acuerdo perfectamente cuando mi padre llegó a la frontera. Pasando un puesto, las personas que estábamos esperando enseguida nos percatamos de que era él por la falta de su brazo y las autoridades solo me dejaron pasar a mí. En el puesto internacional de Irún, en un puesto de madera, mi padre que venía con una manta y una vieja maleta; suelta la maleta y me coge en sus brazos. Un compañero de Jacinto le dice a otros compañeros: ¡Mira, la hija del navarro! me conocieron por la foto que él tenía.
Estando mi padre en Francia, a mi madre le negaron el salvoconducto para ir al hospital de San Sebastián a una consulta, argumentando que quería pasar a Francia donde su marido.
Cuando mi padre tenía que ir semanalmente al cuartel de la Guardia Civil como numerosos altsasuarras, solía ir sin que yo me diera cuenta para no asustarme.
Cuando se producían las tomas militares de poblaciones importantes por parte del ejército golpista, las familias tenían que poner la bandera española, pero mi madre se negó y no la puso, algún vecino le comentó que le podían meter en la cárcel y ella dijo “si me llevan me es igual y a mi hija ya le criarán”.
Yo, al tiempo, decía que para nosotras no había acabado la guerra. En casa, así como en la casa de otros represaliados, las pequeñas éramos un compromiso, es decir, que si comentaban ellos algo, nosotras lo podíamos decir afuera y poder tener problemas.
En la escuela alguna vez nos llevaron al Congreso Eucarístico de Etxarri Aranatz.
A mi padre jamás le atamos un cordón de los zapatos; se organizaba perfectamente ante cualquier cosa a pesar de faltarle el brazo izquierdo»
El dia 19 de julio de 1936 sale de Altsasu junto a varios compañeros. El estaba segando en la zona de «Dermau» cuando le avisaron para salir, diciéndole iban a detener a las personas de Izquierda. La familia estaba inquieta ya que pensaban habían ido hacia la Sierra de Urbasa pero a los dos días les dicen habían pasado por Ataun .
Tras combatir en el frente cae herido el dia 7 de Abril de 1937 en Iurre (Bizkaia) , el junto a otro compañero sufrieron graves heridas. Son recogidos en una furgoneta y trasladados al Hospital de Basurto. Su compañero muere y a él su brazo izquierdo que tenia «colgando» le tienen que amputar. Una carta dirigía a su mujer e hija por mediación de la Cruz Roja Internacional, les da algún dato de su situación pero dice «- Abrazos para ti y Conchita y que estoy bien..»-
Al poco tiempo varios heridos son introducidos en un Barco y trasladados a Francia , en el viaje hasta no entrar en aguas «Francesas» no les dejaron ni fumar ,ni hablar debido a la máxima tensión existente en la zona .
En Francia vive 4 años como refugiado sin poder estar con su familia. La foto de su hija Conchi la tenia siempre a su lado. Le llamaban «El navarro» ya que convivía con Guipuzcoanos y Bizkainos, mejoró su nivel de Euskera ya que fue su lengua durante toda su estancia en territorio Francés. Sobre el año 1941 junto a un grupo de personas se personan andando tapados con unas mantas en la frontera. Su mujer y la hija Kontxi le estuvieron esperando en Irun durante 9 días y en el momento de estar en el mismo puesto fronterizo su hija de tan solo 5 años acude a su encuentro.
Tenía dos hermanos presos que salieron de Altsasu con quince y diecisiete años. Solía ir a visitarles en principio a Bilbo y luego a Iruñea. A una hermana suya le intentaron cortar el pelo Bibi Valmaseda Aldana
En una ocasión fue a visitarles junto a Maria Soler Zangitu que tenia el marido también en la cárcel María fue la persona que guardó la carta y el reloj que le confió Isidro Zornoza Jorge Isidro Zornoza Jorge, hasta que pudo entregársela a su esposa. A Isidro lo ejecutaron pero antes pudo escribir la carta de despedida para su mujer y sus hijos.
En casa recuerda a su abuela todo el dia llorrando y, a los pequeños no les comentaban nada porque era un compromiso que luego ellos contases algo en la calle.
Los años posteriores al golpe fueron duros para toda la familia . Su padre que tenia txabola en la sierra tenia que soportar registros constantes, incluso tres veces fueron en una noche sacándoles medio desnudos. Para todo tenian que pedir Salvoconducto y, en una ocasión que pidieron permiso al mando militar para bajar estiércol de la sierra, el les comentó:-» ¿Para que lo quieres?, ¡si te pegan tres tiros mejor¡ «-
Dubi ganó un concurso de Baile de Jotas con seis años y posteriormente alguno mas .