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Antonio el de la derecha de la imagen)
Natural de: Altsasu
Fecha de nacimiento: En 1914 (Isidoro y Daniela)
Lugar de residencia: Altsasu
Profesión: Ferroviario
Su trabajo le había conducido hasta Tolosa, donde le rodearon las primeras escaramuzas de los sublevados. Se trasladó a Donostia, donde se unió a otros ferroviarios en la estación de Atotxa. Hacía guardia en el Puente de Hierro y rellenaba sacos de arena de la playa. Dormía con el resto de ferroviarios en un tren de la estación hasta que, el día 13 de septiembre, tuvo que salir en barco hacia Bilbo.
Enrolado en el Batallón Indalecio Prieto, en el Frente Norte recorrió Gorbea, Markina, Eibar, Bilbo, Gernika, Amorebieta, Artxanda. Antonio pudo escapar de las balas y las bombas que desde julio de 1936 comenzaron a pulverizar vidas, partir familias y aniquilar progresos sociales. Su hermano Ceferino murió en el frente en Gasteiz.
Cuando murió, hubo que poner en orden sus papeles y entre ellos apareció el relato de sus vivencias durante el conflicto bélico, escrito por él mismo en 1970.
La narración muestra sus angustiosas tribulaciones por Tolosa, Hernani, Donostia, Bilbo, Elgeta, Gernika, Gasteiz, Tarragona y Murcia.
RELATO DESCRITO POR SU NIETO AITOR ANUNCIBAY
«Nacido en Alsasua, era un ferroviario de 22 años con novia en Gasteiz. Mi abuela María se encontraba en territorio franquista. Su trabajo le había conducido a Tolosa, donde le rodearon las primeras escaramuzas de los sublevados. Le esperaban tres años de horror, en los que, obligado en parte, estuvo en primera línea en un batallón de gudaris.
El 18 de julio de 1936 sábado estaba en Tolosa disfrutando de su juventud. “Aquí llevo mes y medio de mozo de estación, me encontraba bailando en la plaza y de repente se para la música, nos preguntamos ¿qué pasa? y se dice: “Las fuerzas de África se han sublevado”, será cosa de cuatro días”.
“Nos vamos a casa y la noche pasa tranquila, a la mañana siguiente me voy a mi trabajo y continúo en la estación como todos los ferroviarios”. Su tranquilidad tenía las horas contadas, en Tolosa asistió a la primera de las cientos de muertes que sufrió en directo.
“Era agosto, los requetés y falangistas rodean el pueblo y frente a ellos se planta un cañón en el paso a nivel, que dispara sobre los montes, los tiros venían de todos los sitios”.
Un biplano del bando nacional se presentó para acallar el cañón. Mi abuelo recordaba que el avión tiró una bomba y mató a una señora cuando recogía vainas en su huerta. Era la mujer de un compañero, esto ocurría en la estación y era la primera sangre que veía.
Ante la inevitable caída de la villa, salió precipitadamente, junto a la patrona de la casa donde se alojaba y sus hijos, camino de Hernani.
Tras unos días alojados en la vivienda de unos familiares de su casera, se trasladó a Donostia, donde se reunió en la estación de Atotxa con otros ferroviarios.
“Nos organizan para hacer guardia en el Puente de Hierro y para llenar sacos de arena en la playa. Se duerme en un coche de la estación y así continuamos hasta el 13 de septiembre. Esa jornada cinco columnas nacionales de mayoría requetés se hacen con el control de la capital.
El frente está prácticamente estabilizado en la frontera con Francia, en su mayor parte en manos de los facciosos. No hay tiempo que perder, mi abuelo se embarcó a las 21 horas en un pesquero gallego, lleno de mujeres, niños y hombres, casi todos mareados. “Si hubiera habido marejadilla, nos habríamos hundido, pues el barco iba a ras del agua”. El destino de la nave era Bilbo, sede del Gobierno vasco y bajo la legalidad republicana. Durante su viaje: “Cuando íbamos navegando a la altura de Mutriku, el barco pegó un estampido, creíamos que era el buque Almirante Cervera, navío de las tropas franquistas que bombardeaba la costa cantábrica y resultó ser una biela del motor. Quedamos a la deriva y a fuerza de pitar vino el barco compañero, con grandes maniobras pudo tirarnos un chicote para el amarre”.
Pese a todo, mi abuelo no obvió que tuvieron mucha suerte porque el barco no se hundió ni apareció el fantasma Cervera, pues por la tarde estuvo bombardeando las afueras de San Sebastián.
Al mediodía del 14 de septiembre atracaron en Bilbo donde nuevamente se reúne con trabajadores de su gremio en la estación de Abando. Pero el Botxo tampoco era el refugio más plácido. Los bombardeos por aviones alemanes e italianos son látigos que castigaban desde el cielo.
“Suenan las sirenas y nos metemos en el túnel de Cantalojas, pasa la alarma, salimos y la oficina del Gobierno vasco y las vías del tranvía de la calle Hurtado de Amezaga, quedan destruidas”.
El recuerdo de estos bombardeos es ilustrativo.
“Así pasamos el tiempo entre bombardeo y bombardeo, las sirenas ponen en tensión toda la ciudad, y las mujeres con los niños se vuelven locas”.
El 7 de noviembre se crea el Estado Mayor del Ejército vasco, compuesto por 25.000 hombres, repartidos en 27 batallones de infantería, que se unen a los más de 10.000 milicianos del frente. Antonio es una de las personas reclutadas.
“El batallón mío se organiza en noviembre, por unos señores de la Telefónica de San Sebastián y nuestra labor era tirar las líneas telefónicas a las posiciones de batalla”.
A finales de noviembre llegó el bautizo del horror. Partieron hacia las estribaciones del Gorbea, donde pasó el invierno con duelos de artillería y escaramuzas. El siguiente destino, Marquina, aquí duelo de artillería y combates.
“El general Mola nos tira octavillas diciendo: -¡Gudaris, rendíos, que os arraso!”
Finalizado el invierno de 1937, le trasladaron a Elgeta, donde el frente se mantuvo hasta la primavera.
“El 31 de marzo, vemos el bombardeo de Durango, al final llegan hasta nosotros con gran bombardeo, ametrallamientos y cañoneo, desde las 8 horas hasta las 20. Yo ese día lo paso con dos paquetes de tabaco y un panecillo, y así muchos días”.
“La superioridad del material bélico faccioso es abrumadora, el enemigo disponía de gran lujo de aviación, artillería y mandos. Los bombardeos eran a placer, a alturas de 100 metros y los ametrallamientos a 50 metros. Los cazas limpiaban las carreteras destruyendo todos los coches que veían. La aviación alemana nos traía locos y no nos dejaba descansar”.
La apisonadora franquista les obligó a replegarse en Eibar, donde asistió a los últimos momentos antes de su caída, el día 26 de abril de 1937.
“Nos persigue la aviación, nos metemos en Eibar a las 8 de la tarde, así marcaba el reloj del ayuntamiento. Nos bombardean y hacen bajas al Batallón Prieto. A la salida del refugio ya no estaba el reloj, por la presión del bombardeo”.
La narración recoge que se retiraron a Bilbo con salida rápidamente hacia Gernika, que esa misma jornada había sufrido el bombardeo de la Legión Cóndor alemana y la aviación legionaria italiana.
“Gernika ardía y olía por todos los sitios a carne humana quemada”.
A la mañana siguiente partieron hacia Amorebieta:
“Nos seguían ametrallando y bombardeando por todos los sitios”.
La extensión de las fuerzas sublevadas a lo largo de Bizkaia es imparable. Lemoa, Beria y Galdakao son las localidades sobre las que su batallón se replegó hasta alcanzar Bilbo, también asediado e incapaz de mantener su cinturón de hierro.
El texto dejado por mi abuelo resalta que en la capital vizcaína el enemigo estaba en Artxanda, donde se dieron grandes combates y bombardeos, tras lo que partieron hacia Güeñes.
“De aquí, rotos de moral un compañero y yo nos fuimos a Baracaldo donde unos familiares. Todo estaba perdido, los franquistas entraron en Bilbao el 19 de junio, tras negociar la rendición y precisamente la capitulación fue ante los italianos. Aquí en Baracaldo se encontraba un batallón nacionalista al cargo de dicho pueblo y así nos los comunicó el comandante de dicho batallón, entregándonos a todos a los italianos”.
A los pocos días lo trasladaron a Gasteiz donde permaneció en prisión; quedó libre más tarde, gracias a las influencias de sus padres con los altos mandos.
Pero la guerra no había finalizado y su libertad tenía un precio. El Ayuntamiento le ordenó que se presentara en la zona de reclutamiento para ingresar en el Batallón Flandes, formado en noviembre de 1937 bajo órdenes franquistas y que contaba con agrupaciones de soldados prisioneros.
Fue movilizado a la zona de Levante y Castellón en función de practicante sanitario encargado de las curaciones.
“No sabíamos dónde íbamos, nos bajamos del tren y nos llevaron a un olivar.
En Prat de Comte empezaron los tiros, finales de julio de 1938, salimos de ese frente y fuimos a otro hasta llegar a la sierra de Pandols. Los cadáveres se apilaban y los buitres volaban por encima, tras abandonar esta maldita sierra llegamos a Gandesa.
Curé de 60 a 70 combatientes de ambas partes, fui felicitado por el capitán de la compañía y el médico.”
Tras un descanso en Gasteiz, lo enviaron de nuevo al frente de Murcia y Cartagena. El día 3 de julio de 1939 le licenciaron en Algorta.
“Aquí me separé de momento de los cuatro jinetes del apocalipsis.”
El día 15 reingresó en la Compañía del Ferrocarril con dos años de sanción por abandono del trabajo en Tolosa».
Su hermano Anuncibay Anuncibay , Ceferino muere en el frente de Gazteiz
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